Diversos aportes históricos refieren que serían los pobladores originarios de esta zona, indígenas guaraníes quienes transmitieron a los españoles la forma de consumir la yerba mate en infusiones. Los primeros cultivos de este árbol silvestre fueron realizados por los sacerdotes jesuitas promediando el siglo XV. Con el correr del tiempo la producción de yerba mate en las reducciones jesuíticas se constituyó en una fuente importante de recursos económicos.

Luego de la expulsión de los jesuitas hacia fines del siglo XVI con el abandono de las reducciones volvieron a realizarse cosechas en yerbales silvestres con un manejo de tipo forestal muy dificultoso, costoso y de baja rentabilidad. Recién a inicios del siglo XX comienzan a afianzarse nuevamente los yerbales cultivados como fuente de materia prima.

El cultivo permite un manejo más adecuado, disminuyendo el esfuerzo humano y aumentando la productividad. La conformación de las plantas es totalmente distinta a la que se presenta en el bosque nativo. Los avances posteriores permitieron incluso la adaptación de yerbales incluso para cosecha mecánica. Esto incluyó conformación de plantas más bajas, mayor densidad de plantas y por ende de follaje por hectárea. Una medida de este cambio para yerbales implantados ya hacia 1980 es que en promedio se duplicó la cantidad de plantas por hectárea pasando de las 1000 plantas tradicionales a 2000 o más con resultados altamente satisfactorios desde varios puntos de vista técnicos, económicos y ecológicos.

Leyenda de la Yerba Mate

Cuenta una vieja leyenda guaraní  que Yasí,  la diosa luna, hace muchísimo tiempo quiso conocer la tierra y ver con sus propios ojos todas las maravillas que apenas  podía ver entre la espesura de la selva, allá abajo. Un día con su amiga, Araí, la diosa nube, bajaron a la tierra en la forma de dos jóvenes hermosas. Cansadas de recorrer todo y maravillarse, buscaron un lugar donde descansar. Vieron una cabaña entre los árboles. Cuando se dirigían hacia ella para pedir donde dormir, descubren, agazapado, un yaguareté acechándolas en una roca cercana. Súbitamente, salta sobre ellas con las zarpas listas. Al momento, se oye un silbido. El yaguareté cae atravesado por una flecha, herido de muerte. El salvador era un cazador que al ver a las jovencitas indefensas, se compadece y también les ofrece la hospitalidad de su casa. Las muchachas aceptan y lo siguen, hasta la cabaña que habían visto antes. Al entrar el hombre les presenta a su esposa y a su joven hija, la que, sin pensarlo dos veces, les ofrece, una rica tortita de maíz, su único y último alimento. Cuando  las mujeres se van a buscar el mejor sitio  para las visitas, el cazador les cuenta que decidieron vivir solos en el monte,  alejados de su tribu, para salvar y conservar  las virtudes, regalo de Tupá, que tenía su bonita y bondadosa hija, un tesoro para ellos. Pasan la noche y a la mañana siguiente, Yasí y Araí agradecen sinceramente a la familia su hospitalidad y se alejan.

Una vez en el cielo, Yasí, no pudo olvidar su aventura en la tierra. Cada noche que ve al cazador y a su familia, recuerda su valentía y generosidad. Sabiendo de su sacrificio filial, decide premiar a su salvador con un valioso regalo para él, y para el tesoro que tanto cuidaban: la hija. Cierta noche, Yasí  recorre los alrededores sembrando unas semillas mágicas. A la mañana, ya han nacido y crecido unos árboles de hojas color verde oscuro con  pequeñas flores blancas. El hombre y su familia, al levantarse,  contemplan asombrados estas plantas desconocidas que aparecieron durante la noche. De repente, un punto brillante del cielo desciende hacia ellos con suavidad. Reconocen a la doncella que durmió en su casa.

—Soy Yasí, la diosa Luna —les dice—. He venido a traerles un presente como recompensa de vuestra generosidad. Esta planta, que llamarán “caá”, nunca permitirá que se sientan solos  y será para todos los hombres, un especial símbolo de amistad. También he determinado que sea vuestra hija la dueña de la planta, por lo que, a partir de ahora, ella vivirá por siempre y nunca perderá su bondad, inocencia y belleza-. Después de mostrarles la manera correcta de secar las hojas, Yasí prepara el primer mate y se los ofrece. Luego, regresa satisfecha a su puesto en el cielo.

Pasan muchos años y luego de la muerte de sus padres, la hija se convierte en la deidad  cuidadora de la yerba mate, la Caá Yarí, esa hermosa joven que pasea entre las plantas, susurrándoles y velando su crecimiento. A ella, también confían su alma los trabajadores de los yerbales…